miércoles, 28 de julio de 2010

Ignorancia contra conocimiento

¿Nos interesa la verdad? ¿Tiene alguna importancia?

...donde la ignorancia es una bencición es una locura ser sabio.

escribió el poeta Thomas Gray. Pero ¿es así? Edmundo Way Teale, en su libro de 1950 Círculo de las estaciones, planteó mejor el dilema:

Moralmente es tan malo no querer saber si algo es verdad o no, siemrpe que permita sentirse bien, como lo es no querer saber cómo se gana el dinero siempre que se consiga.

Por ejemplo, es descorazonador descubrir la corrupción y la incompetencia del gobierno, pero ¿es mejor no saber nada de ello? ¿A qué intereses sirve la ignorancia? Si los humanos tenemos, por ejemplo, una propensión hereditaria al odio a los forasteros, ¿no es el autoconocimiento el único antídoto? Si ansiamos creer que las estrellas salen y se ponen para nosotros, que somos la razón por la que hay un universo, ¿es negativo el servicio que nos presta la ciencia para rebajar nuestras expectativas?

En la genealogía de la moral, Friedrich Nietzsche, como tantos antes y después, critica el "progreso ininterrumpido en la autodesvalorización del hombre" causado por la revolución científica. Nietzsche lamenta la pérdida de la "creencia del hombre en su dignidad, su unicidad, su insustituibilidad en el esquema de la existencia". Para mí es mucho mejor captar el universo como es en realidad que persistir en el engaño, por muy satisfactorio y reconfortante que sea. ¿Qué actitud es la que nos equipa mejor para sobrevivir a largo plazo? ¿Qué nos da una mayor influencia en nuestro futuro? Y si nuestra ingenua autoconfianza queda un poco socavada en el proceso, ¿es tan grande la pérdida en realidad? ¿No hay motivo para darle la bienvenida como una experiencia que hace madurar e imprime carácter?

Descubrir que el universo tiene de ocho a quince mil millones de años y no de seis a mil o doce mil mejora nuestra apreciación de su alcance y grandeza; mantener la idea de que somos una disposición particularmente compleja de átomos y no una especie de hálito de divinidad, aumenta cuando menos nuestro respeto por los átomos; descubrir, como ahora parece posible, que nuestro planeta es uno de los miles de millones de otros mundos en la galaxia de la Vía Láctea y que nuestra galaxia es una entre miles de millones más, agranda majestuosamente el campo de lo posible; encontrar que nuestros antepasados también eran los ancestros de los monos nos vincula al resto de seres vivos y da pie a importantes reflexiones -aunque a veces lamentables- sobre la naturaleza humana.

Carl Sagan


Sencillamente, no hay vuelta atrás. Nos guste o no, estamos atados a la ciencia. Lo mejor sería sacarle el máximo provecho. Cuando finalmente lo aceptemos y reconzcamos plenamente su belleza y poder, nos encontraremos con que, tanto en asuntos espirituales como prácticos, salimos ganando.

Pero la superstición y la pseudociencia no dejan de interponerse en el camino para distraer a todos los "Buckley" que hay entre nosotros, proporcionar respuestas fáciles, evitar el escrutinio escéptico, apelar a nuestros temores y devaluar la experiencia, convirtiéndonos en practicantes rutinarios y cómodos además de víctimas de la credulidad. Sí, el mundo sería más interesante si hubiera ovnis al acecho en las aguas profundas de las Bermudas tragándose barcos y aviones, o si los muertos pudieran hacerse con el control de nuestras manos y escribirnos mensajes. Sería fascinante que los adolescentes fueran capaces de hacer saltar el auricular del teléfono de su horquilla sólo con el pensamiento, o que nuestros sueños pudieran predecir acertadamente el futuro con mayor asiduidad que la que puede explicarse por la casualidad o nuestro conocimiento del mundo.

Todo eso son ejemplos de pesudociencias. Prtenden utilizar métodos y decubrimientos de la ciencia, mientras que en realidad son desleales a su naturaleza, a menudo porque se basan en pruebas insuficientes o porque ignoran claves que apuntan en otra dirección. Están infestadas de credulidad. Con la cooperación desinformada (y a menudo la connivencia cínica) de periódicos, revistas, editores, radio, televisión, productores de cine y similares, esas ideas se encuentran fácilmente en todas partes. Mucho más difíciles de encontrar, como pude constatar en mi encuentro con el señor "Buckley", son los descubrimientos alternativos más desafiantes e incluso más asombrosos de la ciencia.

La peudociencia es más fácil de inventar que la ciencia, porque hay una mayor disposición a evitar confrontaciones perturbadoras con la realidad que nos permiten controlar el resultado de la comparación. Los niveles de argumentación, lo que pasa por pruebas, son mucho más relajados. En parte por las mismas razones, es mucho más fácil presentar al público en general la pseudociencia que la ciencia. Pero eso no basta para su popularidad.

Naturalmente, la gente prueba distintos sistemas de creencias para ver si le sirven. Y, si estamos muy desesperados, todos llegamos a estar de lo más dispuestos a abandonar lo que podemos percibir como una pesada carga de escepticismo. La pseudociencia colma necesidades emocionales poderosas que la ciencia suele dejar insatisfechas. Proporciona fantasías sobre poderes personales que nos faltan y anhelamos (como los que se atribuyen a los superhéroes de los cómics hoy en día, y anteriormente a los dioses). En algunas de sus manifestaciones ofrece una satisfacción del hombre espiritual, la curación de las enfermedades, la promesa de que la muerte no es le fin. Nos confirma nuestra centralidad e importancia cósmica. Asegura que estamos conectados, vinculados, al universo. Aunque para mí es difícil ver una conexión cósmica más profunda que los asombrosos descubrimientos de la astrofísica nuclear moderna, excepto el hidrógeno, todos los átomos que nos configuran -el hierro de nuestra sangre, el calcio de nuestros huesos, el carbón de nuestro cerebro- fueron fabricados en estrellas gigantes rojas a una distancia de miles de años luz y hace miles de millones de años en el tiempo, Somos, como me gusta decir, materia estelar. (La pseudociencia) es a veces una especie de hogar a medio camino entre la antigua religión y la nueva ciencia, del que ambas desconfían.

En el corazón de alguna pseudociencia (y también de alguna religión antigua o de la "Nueva Era") se encuentra la idea de que el deseo lo convierte casi todo en realidad. Qué satisfactorio sería, como en los cuentos infantiles y leyendas folclóricas, satisfacer el deseo de nuestro corazón sólo deseándolo. Qué seductora es esta idea, especialmente si se compara con el trabajo y la suerte que se suele necesitar para colmar nuestras esperanzas. El pez encantado o el genio d ela lámpara nos concederán tres deseos: lo que queramos, escepto más deseos. ¿Quién no ha pensado -sólo por si acaso, sólo por si nos encontramos o rozamos accidentalmente una vieja lámpara de hierro- qué pediría?

Recuerdo que en las tiras de comics y libros de mi infancia salía un mago sombrero y bigote que blandía un bastón de ébano. Se llamaba Zantara. Era capaz de provocar cualquier cosa, lo que fuera. ¿Cómo lo hacía? Fácil. Daba sus órdenes al revés. O sea, si quería un millón de dólares, decía "searlód ed nóllim, nu  emad". Con eso bastaba. Era como una especie de oración, pero con resultados mucho más seguros.

A los ocho años dediqué tiempo a experimentar de esta guisa, dando órdenes a las piedras para que se elevaran -"etavéle, ardeip". Nunca funcionó. Decidí que era culpa de mi pronunciación.

(Sagan, Carl. El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la oscuridad. Editorial Planeta. Barcelona, España, 1997. Páginas 29-32)

viernes, 23 de julio de 2010

Astronomía curiosa: no creas en tus propios ojos

Los filósofos de la antigüedad razonaban de la manera siguiente. Imaginémonos que el universo tiene límite y el hombre lo ha alcanzado. Sin embargo, nada más estirar una mano, ésta quedará fuera de los límites del universo. Pero con este hecho los marcos del mundo material se extenderán a cierta distancia más. Entonces se podrá aproximarse a un límite nuevo, repitiendo esta operación una vez más. Y así infinitamente. Por tanto, el universo es infinito.

"Ningún extremo del universo tiene fin, de lo contrario obligatoriamente tendría bordes" -escribió Lucrecio Caro en su poema "Sobre la naturaleza de las cosas".

Pero, lastimosamente, semejantes razonamientos no pueden servir de base para unas conclusiones científicas serias. No somos capaces de imaginarnos muchas cosas, pero esto por sí mismo no demuestra nada. El razonamiento de Lucrecio, pese a que exteriormente es lógico, en realidad se apoya precisamente en nuestras nociones terrestres comunes, suponiendo calladamente que son justas por doquier y siempre.

Basta con recordar aquellas objeciones que provocó en su tiempo la idea de un viaje circunterrestre propuesta por Magallanes. Sus adversarios apelaban precisamente a la evidencia, "¿Acaso se puede -exclamaban ellos- regresar a un mismo punto avanzando constantemente en línea recta en una dirección?". La posibilidad de tal resultado contradecía a las nociones usuales aceptadas por todos. Pero, como se sabe, la realidad confirmó las suposiciones de Magallanes.

Unas objeciones análogas encontró la idea de los antípodas: si la Tierra es esférica, ¿cómo puede la gente vivir en su lado opuesto? Es que tiene que andar de cabeza abajo.

Haciendo las observaciones astronómicas, la evidencia falla a cada paso. Diariamente vemos, por ejemplo, que el Sol de día, y la Luna y las estrellas de noche se trasladan por el firmamento de este a oeste. Nos parece visualmente que la Tierra está inmóvil, mientras que los astros giran alrededor de ella. Así pensaba la gente en la antigüedad, tomando ese movimiento aparente por real. Ahora cualquier escolar sabe que el traslado diario visible de los astros no es sino el reflejo de la rotación propia de la Tierra.

Son bastante complicados también los desplazamientos visibles de los planetas entre los astros, que suceden durante largos lapsos de tiempo. Los planetas ora se mue3ven de oeste a este, ora se paran de repente y empiezan el movimiento en dirección opuesta, hacia el oeste. Y luego, trazando en el firmamento un lazo peculiar, se lanzan de nuevo hacia el oriente.

En realidad, el movimiento en zigzag de los planetas es un movimiento aparente, ilusorio. Surge a causa de que observamos los planetas desde la Tierra que gira alrededor del Sol. Copérnico no sólo comprendió la naturaleza de este fenómeno, sino que introdujo en las ciencias naturales un principio metodológico importantísimo: el mundo puede ser diferente de lo que observamos directamente. Por eso, la tarea de la ciencia consiste en aclarar la verdadera esencia de los fenómenos escondida detrás de su apariencia exterior.

Un ejemplo más que ilustra con evidencia el principio de Copérnico. El Sol en el firmamento nos parece un disco relativamente pequeño, casi igual al de la Luna. No obstante, es sólo una ilusión, el resultado de que el Sol está situado a una distancia 400 veces mayor que nuestro astro nocturno.

¿Y las estrellas? Parecen puntos hasta al observarlas en los telescopios más potentes. Y hay entre ellas gigantes el tamaño de las cuales es millones y millones de veces mayor que el del Sol. Todo reside en las enormes distancias.

Las distancias aportan sus correcciones también en las luminosidades de las estrellas observadas por nosotros... tenemos cuatro estrellas conocidas por todos: el Sol, nuestra estrella más luminosa, Sirio, la estrella más brillante del cielo nocturno, Vega de la constelación de Lira (4 veces más débil que Sirio) y la estrella Polar, la más débil de estos cuatro astros (6 veces más débil que Vega).

Pero si pudiéramos situar estas cuatro estrellas a una distancia igual de la Tierra, tendríamos que hacer la total "revisión de valores". El primer lugar lo ocuparía la estrella Polar, Vega y Sirio se cambiarían de lugar, y el Sol se quedaría atrás.

La ilusión óptica puede surgir también durante las observaciones telescópicas. Uno de los ejemplos más brillantes es la célebre historia del descubrimiento de los canales marcianos. En 1877, durante una aproximación regular de Marte con la Tierra, el astrónomo italiano Schiaparelli, enfocando su telescopio en Marte, descubrió en la superficie de ese planeta una red fina de líneas que la atravesaban en diferentes direcciones. Así, nació el enigma de los canales marcianos, que generó una multitud de hipótesis fantásticas sobre una alta civilización que supuestamente existiría en el misterioso planeta rojizo.

Sin embargo, muchos astrónomos afirmaban que en Marte no hay canales, que estos famosos canales no eran sino una ilusión óptica que surge durante las observaciones telescópicas. En realidad, decían ellos, en la superficie del planeta hay una gran cantidad de detalles aislados. Pero gracias a la enorme distancia, estos se unen para nuestro ojo en líneas continuas.

(Komarov, V. Nueva astronomía recreativa. Editorial Mir. Moscú, 1985. Páginas 25-33)

jueves, 22 de julio de 2010

Cómo explotó el universo. Ideas históricas.

La aspiración de representar la estructura de todo el mundo que nos rodea siempre fue una de las necesidades indispensables de la humanidad en su desarrollo. ¿Qué estructura tiene el mundo? ¿Por qué existe? ¿Dónde apareció? Son ejemplos de eternas preguntas. Estas preguntas se planteaban los hombres todavía en aquellos tiempos cuando aún no existía la verdadera ciencia y luego, cuando el conocimiento que surgía y se iba fortaleciendo comenzó su interminable avance en búsqueda de la verdad.

En cada etapa histórica predominaban diversas concepciones sobre el universo. Estas concepciones reflejaban aquel nivel de conocimientos y experiencia en el estudio de la naturaleza, el que se alcanzaba en la correspondiente etapa de desarrollo de la sociedad. A medida que se ampliaban la escala espacial (y de tiempo) de la parte del universo conocida por el hombre, también se iban cambiando las concepciones cosmológicas. Como primer modelo cosmológico con argumentación matemática puede ser considerado el sistema geocéntrico del mundo de Ptolomeo (siglo II). En el sistema de Ptolomeo en el centro del universo estaba inmóvil la Tierra esferoidal, y a su alrededor giraban la Luna, el Sol y los planetas, movidos por un complejo sistema de circunferencias -"epiciclos" y "diferencias"-, y además, todo esto estaba dentro de una esfera de estrellas inmóviles. Hay que subrayar que el sistema pretendía describir a todo el mundo material, es decir, era precisamente un sistema cosmológico. Por más ingenuo que parezca este "todo el mundo" desde nuestro punto de vista contemporáneo, debemos señalar que en él había un grano racional, a saber: este sistema describía algunos aspectos en lo esencial correctamente. Por supuesto, la descripción correcta no se refería a todo el mundo, a todo el universo, sino sólo a una pequeña parte de éste. ¿Qué es lo que era correcto en este sistema? Lo era la concepción de nuestro planeta como un cuerpo esferoidal, pendiente libremente en el espacio; lo era también el que la Luna gira alrededor de la Tierra. Todo lo restante no correspondía a la realidad. En aquel entonces la ciencia aún estaba en tal estado que, excluyendo algunas conjeturas geniales, no podía salir del círculo del sistema Tierra-Luna. El sistema del mundo de Ptolomeo dominó en la ciencia cerca de 1,300 años. Después fue sustituido por el sistema heliocéntrico del mundo de Nicolás Copérnico (siglo XVI).

La revolución que produjo en la ciencia la teoría de Copérnico, residía en primer lugar en el hecho de que nuestra Tierra fue reconocida un planeta como cualquiera. Desapareció toda contraposición de lo "terrenal" y lo "celestial". También el sistema de Copérnico se consideraba sistema de "todo el mundo". En el centro del mundo estaba el Sol, alrededor del cual giraban los planetas. Todo ello estaba en una esfera de estrellas inmóviles.

En realidad como se sabe ahora, el sistema de Copérnico no era un sistema del mundo, sino el esquema de la estructura del Sistema Solar, y en este sentido era correcto.

En lo sucesivo la ampliación extraordinaria de la escala del mundo investigado, a consecuencia de la invención y perfeccionamiento de los telescopios redundó en beneficio de la concepción del universo estelar. Por fin, al principio del siglo XX surgió la concepción sobre el universo como de un mundo de galaxias (una metagalaxia). Analizando esta sucesión histórica de concepciones cosmológicas se observa claramente el siguiente fenómeno. Cada "sistema del mundo" en su esencia era un modelo del sistema más grande de cuerpos celestes que para ese entonces e había estudiado con más plenitud. Así, el sistema de Ptolomeo revelaba correctamente la estructura del sistema Tierra-Luna, el sistema de Copérnico era un modelo del Sistema Solar, las ideas del modelo del mundo de W. Herschel y otros revelaba algunos rasgos de la estructura de nuestro sistema estelar -la Galaxia.

Veamos muy brevemente las etapas, por las cuales ha pasado en su desarrollo la ciencia sobre el universo en el siglo XX. La cosmología moderna surgió a principios de este siglo después de haber creado Albert Einstein la teoría relativista de la gravitación (teoría general de relatividad, TGR).

El primer modelo cosmológico relativista, basado en la nueva teoría de la gravitación, que pretendía describir todo el universo fue construido por A. Einstein en el año 1917. Sin embargo, el modelo describía un universo estático y, como lo han comprobado investigaciones astrofísicas, resultó incorrecto.

El matemático soviético, A. Friedmann obtuvo en los años 1922-1924 las soluciones generales de las ecuaciones de Einstein, aplicadas a la descripción de todo el universo. Resultó que en el aspecto general, estas soluciones describían el universo que va cambiando en el transcurso del tiempo. Los sistemas estelares que llenan el espacio no pueden hallarse en posición media a una distancia invariable uno de otro. Ellos deben ora alejarse, ora acercarse recíprocamente... La deducción de Friedmann significaba que el universo debe o expansionarse, o contraerse... El astrónomo estadunidense E. Hubble, basándose en observaciones astrofísicas, descubrió en el año de 1929 la expansión del mundo de galaxias que nos rodea y la expansión del universo, lo que confirma que las conclusiones de A. Friedmann eran correctas. Los modelos de Friedmann sirvieron de base para el posterior desarrollo de la cosmología... Si las imágenes cosmológicas anteriores estaban destinadas principalemente para describir la estructura del universo que se observaba en el momento dado con un invariable, en término medio, movimiento de los mundo en éste, los modelos de Friedmann, en cambio, en su esencia eran evolucionistas, relacionando el estado actual del universo con su historia anterior. En particular, de esta teoría se concluía que en un pasado lejano el universo no se parecía en nada al que hoy observamos. En aquel tiempo no había ni cuerpos celestes separados, ni sus sistemas, toda la sustancia era casi homogénea, muy densa y se expansionaba con rapidez. Sólo bastante tiempo después de esta sustancia surgieron las galaxias y sus cúmulos.

A finales de los años 40 fue propuesta por George Gamow la llamada teoría del universo caliente. En esta teoría se examinaban las reacciones nucleares que transcurrían en la sustancia muy densa en el mismo inicio de expansión del universo, suponiéndose que la temperatura de la sustancia era elevada (de aquí el nombre de la teoría) y se reducía durante la expansión. Y, a pesar de que en las primeras versiones de la teoría había considerables fallos -eliminados en lo sucesivo-, ésta pudo hacer dos pronósticos que pudieron ser comprobados con las observaciones realizadas. La teoría predecía que la sustancia, de la que se formaban las primeras estrellas y galaxias, debía consistir básicamente en hidrógeno (aproximadamente en 75%) y helio (cerca de 25%), la existencia de otros elementos químicos era insignificante. La segunda conclusión de la teoría consistía en que en el universo actual debe existir una débil radiación electromagnética, que ha quedado de la época de enorme densidad y temperatura de la sustancia. Esta radiación, enfriada durante la expansión del universo, fue denominada por el astrofísico I. Shklovski radiación relicta. Ambos pronósticos de la teoría se corroboraron brillantemente.

En este mismo periodo aparecieron posibilidades de observación esencialmente nuevas en cosmología. Surgió la radioastronomía y después del comienzo de la era cósmica se desarrolló la astronomía roentgen, la astronomía gamma y otras. También aparecieron nuevas posibilidades en astronomía óptica.

Los físicos estadunidenses A. Penzias y R. Wilson descubrieron en el año 1965 la radiación relicta, por lo que en el año 1978 fueron galardonados con el premio Nobel. Este descubrimiento demostró la veracidad de la teoría del universo caliente.

La etapa contemporánea en el desarrollo de la cosmología se caracteriza por la intensiva investigación del problema referente al comienzo de la expansión cosmológica, cuando las densidades de la materia y las energías de las partículas eran enormes.

(Nóvikov. I. Cómo explotó el universo. Editorial Mir, Moscú, 1990. Páginas 11-18)

Fuentes teóricas del marxismo

La doctrina de Marx suscita en todo el mundo civilizado la mayor hostilidad y el mayor odio de toda la ciencia burguesa (tanto la oficial como la liberal), la cual ve en el marxismo algo así como una "secta nociva". Y no puede esperarse otra actitud pues en una sociedad basada en la lucha de clases no puede existir una ciencia social "imparcial". De una manera u otra, toda la ciencia oficial y liberal defiende la esclavitud asalariada, al paso que el marxismo ha declarado una guerra sin cuartel a esa esclavitud. Esperar una ciencia desapasionada en una sociedad de esclavitud asalariada sería la misma pueril ingenuidad que espera de los fabricantes imparcialidad en lo concerniente al problema de aumentar los salarios de los obreros disminuyendo las ganancias del capital.

Mas eso no es todo. La historia de la filosofía y de la ciencia social muestran con toda claridad que en el marxismo no hay nada parecido al "sectarismo", en el sentido de una doctrina en cerrada en sí misma, rígida, surgida al margen del camino real del desarrollo de la civilización mundial. Por el contrario, toda la genialidad de Marx radica, precisamente, en que dio respuesta a los problemas planteados antes por el pensamiento avanzado de la humanidad. Su doctrina surgió como continuación directa e inmediata de los más grandes adalides de la filosofía, la economía política y el socialismo.

La doctrina de Marx es omnipotente porque es exacta. Es completa y armónica y  suministra al hombre una concepción del mundo íntegra, intransigente con toda suerte de supersticiones, con toda reacción y con toda defensa de la opresión burguesa. Esa doctrina es el sucesor legítimo de todo lo mejor que la humanidad creó en el siglo XIX: la filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés.

Vamos a detenernos brevemente en estas tres fuentes del marxismo que a la vez constituyen sus tres partes integrantes:

I

La filosofía del marxismo es el materialismo. En el transcurso de toda la historia moderna de Europa y en general a fines del siglo XVIII, en Francia, donde libró la batalla decisiva contra toda la basura medieval, contra la servidumbre, en las instituciones y las ideas, el materialismo resultó ser la única filosofía consecuente, leal a todas las doctrinas de la ciencias naturales, hostil a la superstición, a la hipocresía, etc. Por eso los enemigos de la democracia trataban con todas sus fuerzas de "refutar", socavar, calumniar al materialismo y defendían las diferentes formas del idealismo filosófico, que reduce siempre, de un modo u otro, a la defensa o al apoyo de la religión.

Marx y Engels defendieron del modo más enérgico al materialismo filosófico y explicaron repetidas veces el profundo error que significaban todas las desviaciones de esta base. En las obras de Engels, "Ludwig Feuerbach" y "Anti-Dühring" que -al igual que el "Manifiesto comunista"- son libros que no deben faltar en las manos de ningún obrero consciente, en donde aparecen con mayor claridad y detalle estas opiniones.

Pero Marx no se detuvo en el materialismo del siglo XVIII, sino que hizo avanzar más la filosofía. La enriqueció con adquisiciones de la filosofía clásica alemana, especialmente el sistema de Hegel que, a su vez, había conducido al materialismo de Feuerbach. La principal adquisición es la dialéctica, o sea, la doctrina del desarrollo en su forma más completa, más profunda y más libre de unilateralidad, la doctrina de la relatividad del conocimiento humano que nos suministra un reflejo de la materia en perpetuo desarrollo. Los novísimos descubrimientos de las ciencias naturales -el radio, el electrón, la transformación de los elementos- han confirmado, maravillosamente, al materialismo dialéctico de Marx, a despecho de las doctrinas de los filósofos burgueses con sus "nuevos" retornos al viejo y podrido idealismo.

Al profundizar y desarrolla el materialismo filosófico, Marx lo llevó a su término y extendió su conocimiento de la naturaleza al conocimiento de la sociedad humana. El materialismo histórico de Marx es una grandiosa conquista del pensamiento científico, el caos y la arbitrariedad que hasta entonces reinaban en las concepciones sobre la historia y política fueron remplazadas por una teoría científica asombrosamente integral y armónica que muestra cómo de un régimen de vida social se desarrolla,, en virtud del crecimiento de las fuerzas productivas, otro más elevado: cómo del feudalismo, por ejemplo, nace el capitalismo.

Así como el conocimiento del hombre refleja la naturaleza que existe independientemente de él, vale decir, la materia en desarrollo, del mismo modo el conocimiento social del hombre (es decir, las diversas opiniones y doctrinas filosóficas, religiosas, políticas, etc.) refleja el régimen económico de la sociedad. Las instituciones políticas son la superestructura erigida sobre la base económica. Vemos, por ejemplo, cómo las diversas formas políticas de los Estados europeos modernos sirven para fortalecer la dominación de la burguesía sobre el proletariado.

La filosofía de Marx es el materialismo filosófico acabado que ha dado una grandiosa arma de conocimientos a la humanidad y particularmente a la clase obrera.

II

Después de haber reconocido que el régimen económico es la base sobre la cual se alza la superestructura política, Marx consagró creciente atención al estudio de este régimen económico. La obra principal de Marx -"El Capital"- está dedicada al estudio del régimen de la sociedad moderna o sea del capitalismo.

La economía política clásica anterior a Marx se había configurado en Inglaterra, el país capitalista más desarrollado. Adam Smith y David Ricardo sentaron en sus investigaciones del régimen económico, las bases de la teoría del valor por el trabajo. Marx prosiguió su obra, fundamentó rigurosamente y de manera consecuente desarrolló esta teoría. Mostró que el valor de toda mercancía está determinado por la cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario invertido en su producción.

Ahí donde los economistas burgueses veían relaciones entre cosas (cambio de unas mercancías por otras), Marx descubrió relaciones entre personas. El intercambio de mercancías expresa el nexo que hay entre los distintos productores a través del mercado. El dinero indica que este lazo se hace más estrecho, uniendo indisolublemente en un todo la vida económica de los distintos productores. El capital implica un ulterior desarrollo de ese lazo; la fuerza de trabajo del hombre se convierte en mercancía. El obrero asalariado vende su fuerza de trabajo al propietario de la tierra, de la fábrica o de los instrumentos de trabajo. Una parte de la jornada la emplea el obrero en cubrir el gasto de su sostenimiento y el de su familia (salario); durante la otra parte de la jornada trabaja gratuitamente creando para el capitalista la plusvalía, fuente de las ganancias, fuente de la riqueza de la clase capitalista.

La doctrina de la plusvalía es la piedra angular de la teoría económica de Marx.

El capital creado por el trabajo del obrero, oprime al obrero, arruina el pequeño patrono y crea un ejército de desocupados. En la industria el triunfo de la gran producción se advierte de inmediato, pero también en la agricultura vemos el mismo fenómeno: aumenta el predominio de la gran agricultura capitalista, crece el empleo de la máquina, la hacienda campesina cae en las garras del capital monetario, decae y se arruina bajo el yugo de la técnica atrasada. En la agricultura hay otras formas de decadencia de la pequeña producción, pero es un hecho indiscutible.

Al aplastar la pequeña producción el capital conduce al aumento de la productividad del trabajo y crea una situación de monopolio para los consorcios de los grandes capitalistas. La producción misma se torna más social -cientos de miles y millones de obreros son articulados en un organismo económico planificado-, mientras que el producto del trabajo común se lo apropia un puñado de capitalistas. Crecen la anarquía en la producción, la loca carrera en pos de los mercados, la escasez de medios de subsistencia para las masas de la población.

Vladimir Ilich Ulianov (1870-1924)


Al aumentar la dependencia de los obreros respecto del capital, el régimen capitalista crea la gran potencialidad del trabajo asociado.

Marx va siguiendo la evolución del capitalismo desde los primeros gérmenes de la economía mercantil, desde el simple intercambio, hasta sus formas más altas, hasta la gran producción.

Y la experiencia de todos los países capitalistas, viejos y nuevos, muestra claramente con cada año que pasa, a un número cada vez mayor de obreros, la exactitud de esta doctrina de Marx.

El capitalismo ha vencido en el mundo entero, pero esta victoria no es sino el preludio del triunfo del trabajo sobre el capital.

III

Cuando el régimen feudal fue derrocado y vio la luz la "libre" sociedad capitalista, en seguida se evidenció que esa libertad representaba un nuevo sistema de opresión y explotación de los trabajadores. Como reflejo de esa opresión y como protesta contra ella comenzaron inmediatamente a aparecer diversas doctrinas socialistas. Pero el socialismo primitivo era un socialismo utópico. Criticaba la sociedad capitalista, la condenaba, la maldecía, soñaba con su destrucción, fantaseaba en torno a un régimen mejor, quería convencer a los ricos de la inmoralidad de la explotación.

Pero el socialismo utópica no podía señalar la salida real. No sabía explicar la esencia de la esclavitud asalariada bajo el capitalismo, ni descubrir las leyes de su desarrollo, ni encontrar la fuerza social capaz de convertirse en el creador de la nueva sociedad.

Entre tanto las tempestuosas revoluciones que acompañaron en toda Europa y especialmente en Francia la caída del feudalismo, de la servidumbre de la gleba, hacían ver de manera cada vez más clara que la base de todo el desarrollo y su fuerza motriz era la lucha de clases.

Ni una sola victoria de la libertad política sobre la clase feudal se obtuvo sin desesperada resistencia. Ningún país capitalista se formó sobre una base más o menos libre, más o menos democrática, sin una lucha a muerte entre las distintas clases de la sociedad capitalista.

El genio de Marx estriba en haber sabido deducir de ello, y aplicar consecuentemente antes que nadie, la conclusión que enseña la historia universal. Esta conclusión es la doctrina de la lucha de clases.

Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño de los demás y del propio y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las fases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase. Los partidarios de reformas y mejoras se verán siempre burlados por los defensores de lo viejo, mientras no comprendan que toda institución vieja, por bárbara o podrida que parezca, se sostiene por la fuerza de unas u otras clases dominantes. Y para romper la resistencia de esas clases hay sólo un medio: encontrar en la misma sociedad que nos circunda, educar y organizar para la lucha de las fuerzas que pueden -y por situación social deben- formar la fuerza capaz de barrer lo viejo y crear lo nuevo.

Sólo el materialismo histórico de Marx indicó al proletariado la salida de la esclavitud espiritual en que han vegetado hasta hoy todas las clases oprimidas. Únicamente la teoría económica de Marx explicó la situación real del proletariado en el régimen general del capitalismo.

En todo el mundo, desde Norteamérica hasta Japón y desde Suecia hasta el África del Sur se multiplican las organizaciones independientes del proletariado. Esta se instruye y es educada conduciendo su lucha de clases, se despoja de los prejuicios de la sociedad burguesa, se aglutina cada vez más estrechamente, aprende a medir el alcance de sus éxitos, templa sus fuerzas y crece en forma incontenible.

(Lenin. V. I. Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo. Obras. Tomo 19. Edición argentina. Páginas 13-16)

miércoles, 21 de julio de 2010

El problema fundamental de la filosofía. Contraposición radical entre materialismo e idealismo

El gran problema cardinal de toda filosofía, especialmente de la moderna, es el problema de la relación entre el pensar y el ser. Desde los tiempos remotísimos en que el hombre, sumido en la mayor ignorancia acerca de su organismo y excitado por las imágenes de los sueños, dio en creer que sus pensamientos y sus sensaciones no eran funciones de su cuerpo sino de un alma especial que moraba en ese cuerpo y lo abandonaba al morir; desde aquellos tiempos, el hombre tuvo forzosamente que reflexionar acerca de las relaciones de esta alma con el mundo exterior. Si el alma se separaba del cuerpo al morir, si sobrevivía, no había razón para asignarle a ella una muerte propia; así surgió la idea de la inmortalidad del alma, idea que en aquella fase de desarrollo no se concebía, ni mucho menos, como un consuelo, sino como una fatalidad ineluctable, y no pocas veces, cual entre los griegos, como un verdadero infortunio. No fue la necesidad religiosa de consuelo, sino la perplejidad, basada en una ignorancia generalizada, de no saber qué hacer con el alma -ya que se había admitido su existencia- después de morir el cuerpo, lo que condujo por doquier a la absurda fábula de la inmortalidad del hombre. Por caminos muy semejantes, mediante la personificación de los poderes naturales, surgieron también, los primeros dioses, que luego, al ir desarrollándose la religión, fueron tomando un aspecto cada vez más ultramundano, hasta que, por último, por un proceso natural de abstracción, casi diríamos de destilación que se produce en el transcurso del desarrollo espiritual, de los muchos dioses más o menos circunscritos y con campos de acción que se limitaban mutuamente los unos a los otros, brotó en las cabezas de los hombres la idea de un Dios único y exclusivo, propio de las religiones monoteístas.

El problema de la relación entre el pensar y el ser, entre el espíritu y la naturaleza, problema supremo de toda filosofía, tiene pues, sus raíces al igual que toda religión, en las ideas limitadas e ignorantes del estado de salvajismo. Pero no pudo plantearse con toda nitidez, ni pudo  adquirir su plena significación hasta que la humanidad europea no despertó del prolongado letargo de la Edad Media cristiana. El problema de la relación entre el pensar y el ser, problema que, por lo demás, tuvo también gran importancia entre los escolásticos de la Edad Media: la cuestión de saber qué es lo primario, si el espíritu y la naturaleza revertía frente a la Iglesia la forma agudizada siguiente: el mundo fue creado por Dios, o existe desde toda una eternidad.

Los filósofos se dividían en dos grandes campos, según la contestación que diesen a esta pregunta. Los que afirmaban el carácter primario del espíritu frente a la naturaleza y por tanto admitían, en última instancia, una creación del mundo bajo una u otra forma (y en muchos filósofos, por ejemplo en Hegel, el génesis es a menudo bastante más embrollado e inverosímil que en la religión cristiana) integraban el campo idealista. Los otros, los que repuntaban la naturaleza como lo primario, figuran en las diversas escuelas del materialismo.

Las expresiones idealismo y materialismo no tuvieron, en un principio, otro significado, ni aquí las emplearemos nunca en otro sentido.

Carlos Marx (1818-1883)


...Pero el problema de la relación entre el pensar y ser encierra, además, otro aspecto, a saber: ¿qué relación guardan nuestro pensamientos acerca del mundo que nos rodea con este mismo mundo? ¿Es nuestro pensamiento capaz de conocer al mundo real? ¿Podemos nosotros, en nuestras ideas y conceptos en torno al mundo real, formarnos una imagen refleja exacta de la realidad? En el lenguaje filosófico, esta pregunta se conoce con el nombre del problema de la identidad entre el pensar y el ser y es contestada afirmativamente por la gran mayoría de los filósofos.

Pero al lado de éstos, hay otra serie de filósofos que niegan la posibilidad de conocer el mundo o por lo menos, de conocerlo de un modo completo. Entre ellos tenemos, de los modernos, a Hume y a Kant, que han desempeñado un papel muy considerable en el desarrollo de la filosofía.

(Engels, Federico. Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana. En Marx, Carlos y Engels Federico. Obras escogidas en dos tomos. Tomo II. Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1963. Páginas 388-390)

La filosofía que enseña que la propia naturaleza física es un derivado, es una filosofía puramente clerical. Su carácter en nada está modificado por el celo de Bogdánov en repudiar cualquier religión. Dühring también era ateo: proponía incluso prohibir la religión en su régimen "socialitario". Y sin embargo, Engels tenía toda la razón cuando demostraba que el "sistema" de Dühring no ata cabos sin religión. Lo mismo ocurre con Bogdánov, con la esencial diferencia de que el párrafo citado no es en él una inconsistencia fortuita, sino la esencia de su "empirio-monismo" y de toda su "sustitución". Si la naturaleza es un derivado, de suyo se comprende que no puede derivar más que de algo que sea más grande, más rico, más vasto, más potente que la naturaleza, de algo que existe, pues, para "producir" la naturaleza, hay que existir independientemente de la naturaleza. En ruso ese algo se llama Dios.

Los filósofos idealista siempre se han esforzado por modificar este último término, por hacerlo más abstracto, más nebuloso y el mismo tiempo (para mayor verosimilitud) por acercarlo a lo "síquico", como "complejo inmediato", como lo directamente dado que no necesita de prueba alguna, idea absoluta, espíritu universal, voluntad universal, "sustitución universal" de lo psíquico, que es colocado como base de lo físico: todo ello es una y la misma idea, solo que bajo diferentes formulaciones. Todo hombre conoce -y las ciencias naturales estudian- la idea, el espíritu, la voluntad, lo síquico, como función del cerebro humano que trabaja normalmente; desligar esta función de la materia organizada de una manera determinada, convertir esa función en una abstracción universal, general, "sustituir" esta abstracción colocándola como base de toda la naturaleza física, son quimeras del idealismo filosófico, es mofarse de las ciencias naturales.

El materialismo dice que "la experiencia socialmente organizada de los seres vivientes" es un derivado de la naturaleza física, el resultado de un largo desarrollo de ésta, de un desarrollo comenzando cuando la naturaleza física se hallaba en un estado tal en que no había no podía haber sociedad, ni organización, ni experiencia seres vivientes. El idealismo dice que la naturaleza física es un derivado de esa experiencia de los seres vivientes, y, al decirlo, el idealismo equipara la naturaleza a Dios (si no es que la somete a él). Porque Dios es, sin duda alguna, un derivado de la experiencia socialmente organizada de los seres vivientes. Por más que se dé vueltas a la filosofía de Bogdánov, no contiene otra cosa que confusión reaccionaria.

...Pensar que el idealismo filosófico desaparecerá por el hecho de que la conciencia del individuo sea reemplazada por la conciencia de la humanidad, o la experiencia de un solo hombre por la experiencia socialmente organizada, es como pensar que el capitalismo desaparecerá por el hecho de que un capitalista sea reemplazado por una sociedad anónima.

(Lenin, V. I. Materialismo y empiriocriticismo. Obras completas. Tomo 14. Editorial Cártago, Buenos Aires, 1960. Páginas 227-228)

El mundo físico es denominado experiencia humana y se declara que la experiencia física está colocada "más arriba" en la cadena del desarrollo con respecto a la experiencia síquica. Pero si esto es un manifiesto contrasentido. Contrasentido precisamente inherente a toda filosofía idealista. Es sencillamente ridículo que Bogdánov presente también como materialismo un "sistema" de esta guisa; la naturaleza -dice- es también para mí lo primario, y el espíritu, lo secundario. Así aplicada la definición de Engels, resulta que Hegel es también materialista puesto que también en él la experiencia síquica (bajo el nombre de idea absoluta) viene en primer lugar, y luego el mundo físico, la naturaleza, situada "más arriba" y por fin el conocimiento humano, que a través de la naturaleza concibe la idea absoluta.

Ni un sólo idealista negará en ese sentido la prioridad de la naturaleza, porque en realidad eso no es prioridad, en realidad la naturaleza no está considerada en este caso como lo directamente dado, como el punto de partida de la gnoseología. En verdad nos conduce hasta la naturaleza una larga transición a través de abstracciones de "lo síquico". Da lo mismo que esas abstracciones sean llamadas idea absoluta, Yo universal, voluntad universal, etc., etc. Así se distinguen las variedades del idealismo y tales variedades existen en número infinito.

La esencia del idealismo consiste en tomar lo síquico como punto de partida; la naturaleza está deducida de él, y ya después la conciencia humana ordinaria es deducida de la naturaleza. "Lo síquico", tomado como punto de partida, es siempre, por tanto una abstracción muerta, disimuladora de una teología diluida. Todos saben, por ejemplo, lo que es la idea humana, pero la idea sin el hombre o anterior al hombre, la idea en abstracto, la idea absoluta es una invención teológica del idealista Hegel. Todo el mundo sabe lo que es la sensación humana, pero la sensación sin el hombre, anterior al hombre, es absurdo, una abstracción muerta, un subterfugio idealista.

No hay sensaciones (humanas) sin el hombre. Luego el primer peldaño es una abstracción idealista muerta. En realidad tenemos en este caso ante nosotros no las sensaciones humanas conocidas y familiares para todos, sino unas sensaciones imaginadas, sensaciones de nadie, sensaciones en general, sensaciones divinizadas, lo mismo que la corriente idea humana se diviniza en Hegel tan pronto como es separada del hombre y del cerebro humano.

(Lenin, V. I. Materialismo y empiriocriticismo. Obras. Tomo 14. Edición argentina. Páginas 224-225)

Esto no es otra cosa que idealismo, pues lo síquico, es decir, la conciencia, la representación, la sensación, etc., está considerada como lo inmediato, mientras que lo físico se deduce de él, es sustituido por lo síquico, que le sirve de base. El mundo es el no-Yo creado por nuestro YO, decía Fichte. El mundo es la idea absoluta, afirmaba Hegel. El mundo es voluntad, sostenía Schopenhauer. El mundo es noción y representación, asevera el inmanentista Schuppe. Lo físico es la sustitución de lo síquico, decía Bogdánov. Se necesita estar ciego para no ver la misma esencia idealista bajo todos esos diferentes adornos verbales.

(Lenin, V. I. Materialismo y Empiriocriticismo. Obras. Tomo 14. Edición argentina. P. 228)