viernes, 23 de julio de 2010

Astronomía curiosa: no creas en tus propios ojos

Los filósofos de la antigüedad razonaban de la manera siguiente. Imaginémonos que el universo tiene límite y el hombre lo ha alcanzado. Sin embargo, nada más estirar una mano, ésta quedará fuera de los límites del universo. Pero con este hecho los marcos del mundo material se extenderán a cierta distancia más. Entonces se podrá aproximarse a un límite nuevo, repitiendo esta operación una vez más. Y así infinitamente. Por tanto, el universo es infinito.

"Ningún extremo del universo tiene fin, de lo contrario obligatoriamente tendría bordes" -escribió Lucrecio Caro en su poema "Sobre la naturaleza de las cosas".

Pero, lastimosamente, semejantes razonamientos no pueden servir de base para unas conclusiones científicas serias. No somos capaces de imaginarnos muchas cosas, pero esto por sí mismo no demuestra nada. El razonamiento de Lucrecio, pese a que exteriormente es lógico, en realidad se apoya precisamente en nuestras nociones terrestres comunes, suponiendo calladamente que son justas por doquier y siempre.

Basta con recordar aquellas objeciones que provocó en su tiempo la idea de un viaje circunterrestre propuesta por Magallanes. Sus adversarios apelaban precisamente a la evidencia, "¿Acaso se puede -exclamaban ellos- regresar a un mismo punto avanzando constantemente en línea recta en una dirección?". La posibilidad de tal resultado contradecía a las nociones usuales aceptadas por todos. Pero, como se sabe, la realidad confirmó las suposiciones de Magallanes.

Unas objeciones análogas encontró la idea de los antípodas: si la Tierra es esférica, ¿cómo puede la gente vivir en su lado opuesto? Es que tiene que andar de cabeza abajo.

Haciendo las observaciones astronómicas, la evidencia falla a cada paso. Diariamente vemos, por ejemplo, que el Sol de día, y la Luna y las estrellas de noche se trasladan por el firmamento de este a oeste. Nos parece visualmente que la Tierra está inmóvil, mientras que los astros giran alrededor de ella. Así pensaba la gente en la antigüedad, tomando ese movimiento aparente por real. Ahora cualquier escolar sabe que el traslado diario visible de los astros no es sino el reflejo de la rotación propia de la Tierra.

Son bastante complicados también los desplazamientos visibles de los planetas entre los astros, que suceden durante largos lapsos de tiempo. Los planetas ora se mue3ven de oeste a este, ora se paran de repente y empiezan el movimiento en dirección opuesta, hacia el oeste. Y luego, trazando en el firmamento un lazo peculiar, se lanzan de nuevo hacia el oriente.

En realidad, el movimiento en zigzag de los planetas es un movimiento aparente, ilusorio. Surge a causa de que observamos los planetas desde la Tierra que gira alrededor del Sol. Copérnico no sólo comprendió la naturaleza de este fenómeno, sino que introdujo en las ciencias naturales un principio metodológico importantísimo: el mundo puede ser diferente de lo que observamos directamente. Por eso, la tarea de la ciencia consiste en aclarar la verdadera esencia de los fenómenos escondida detrás de su apariencia exterior.

Un ejemplo más que ilustra con evidencia el principio de Copérnico. El Sol en el firmamento nos parece un disco relativamente pequeño, casi igual al de la Luna. No obstante, es sólo una ilusión, el resultado de que el Sol está situado a una distancia 400 veces mayor que nuestro astro nocturno.

¿Y las estrellas? Parecen puntos hasta al observarlas en los telescopios más potentes. Y hay entre ellas gigantes el tamaño de las cuales es millones y millones de veces mayor que el del Sol. Todo reside en las enormes distancias.

Las distancias aportan sus correcciones también en las luminosidades de las estrellas observadas por nosotros... tenemos cuatro estrellas conocidas por todos: el Sol, nuestra estrella más luminosa, Sirio, la estrella más brillante del cielo nocturno, Vega de la constelación de Lira (4 veces más débil que Sirio) y la estrella Polar, la más débil de estos cuatro astros (6 veces más débil que Vega).

Pero si pudiéramos situar estas cuatro estrellas a una distancia igual de la Tierra, tendríamos que hacer la total "revisión de valores". El primer lugar lo ocuparía la estrella Polar, Vega y Sirio se cambiarían de lugar, y el Sol se quedaría atrás.

La ilusión óptica puede surgir también durante las observaciones telescópicas. Uno de los ejemplos más brillantes es la célebre historia del descubrimiento de los canales marcianos. En 1877, durante una aproximación regular de Marte con la Tierra, el astrónomo italiano Schiaparelli, enfocando su telescopio en Marte, descubrió en la superficie de ese planeta una red fina de líneas que la atravesaban en diferentes direcciones. Así, nació el enigma de los canales marcianos, que generó una multitud de hipótesis fantásticas sobre una alta civilización que supuestamente existiría en el misterioso planeta rojizo.

Sin embargo, muchos astrónomos afirmaban que en Marte no hay canales, que estos famosos canales no eran sino una ilusión óptica que surge durante las observaciones telescópicas. En realidad, decían ellos, en la superficie del planeta hay una gran cantidad de detalles aislados. Pero gracias a la enorme distancia, estos se unen para nuestro ojo en líneas continuas.

(Komarov, V. Nueva astronomía recreativa. Editorial Mir. Moscú, 1985. Páginas 25-33)

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